Por ciertas situaciones de la vida algunas personas no logran culminar oportunamente sus estudios universitarios. Hay quienes debieron dejarlos a un lado para asumir la responsabilidad de una familia, para trabajar, por inmadurez personal, desmotivación, falta de apoyo o la debida orientación que los guiara hacia las ventajas personales que implica el hecho de obtener una formación universitaria. Cualquiera que sea la razón el hecho cierto es que en numerosas ocasiones se trata de personas que se encuentran aún en una etapa de la vida en la que fácilmente pueden iniciar proyectos personales o productivos, para los cuales resulta importante tener los conocimientos que lo consoliden en un área particular, para ello, cursar una carrera representa un paso firme en ese camino.
Sin embargo, pasada la etapa de los 45 años o más, algunos se sienten cohibidos o inapropiados en un ambiente universitario. Se suele pensar que la universidad es un recinto para una edad juvenil en la que se necesita de una formación profesional para asumir posteriormente las responsabilidades de un adulto. En este sentido, es importante reflexionar acerca del significado mismo de la palabra “universidad”, su origen está relacionado con universo y universal, es decir, implica la igualdad, el equiparar los mismos derechos para todos, la participación y el aporte colectivo. De allí, que las universidades no son centros cerrados, existen por y para las personas, son espacios para crecer humana y académicamente, y por tanto, nadie debería quedar exento de la experiencia que conlleva profundizar junto a otras personas en un conocimiento que luego se puede aplicar para la vida, por el bienestar propio o el de muchas personas en el entorno.
Evidentemente, emprender el reto de una carrera universitaria no es una tarea fácil, se requieren ciertas técnicas y hábitos para el estudio y la investigación que probablemente se les dificulten a quienes han tenido mucho tiempo apartados de las aulas; sin embargo, el elemento imprescindible es la motivación personal, esa pasión interna que nos impulse a asumir cada fase de estudio con ánimo, con alegría y optimismo, conscientes de que al final cada esfuerzo y sacrificio realizado tendrá su recompensa en cuanto a la satisfacción produce el logro de una meta alcanzada por propia voluntad.
En ese sentido, el aprendizaje en la universidad es integral, es una oportunidad no solo para obtener un título profesional, sino para renovarnos personalmente, obtener una visión más completa de nuestra realidad individual, local, regional y universal. La experiencia es transformadora, nos convierte en seres críticos, observadores, que propiciarán cambios o mejoras en el contexto; pero al mismo tiempo nos hace sensibles, abiertos y comprensivos; nos capacita para reconocer nuestras fortalezas y las de los demás, sabiendo cómo aprovechar de la mejor manera nuestros dones y talentos en pro de objetivos puntuales de cualquier índole.
Quienes han asumido a una edad adulta el estudio universitario se ven, además, sorprendidos por el impacto motivacional que logran generar en su ambiente familiar, entre sus amigos y todos aquellos que observan en ellos un claro ejemplo de vida, de constancia y perseverancia, propia solo de personas capaces de realizar grandes proezas.